gloria y jose

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¡El año que viene la independencia!

miércoles, 10 de septiembre de 2008

jose en el jardin_verano 2008

saluda al sol




Cogito

Básicamente significa dos cosas: la mente propia en el acto mismo de pensar y la primera verdad: “pienso, luego existo” (“cogito, ergo sum”).

El cogito es la primera verdad en el orden del conocimiento; y ello en dos sentidos: por una parte porque es la primera verdad a la que llegamos cuando hacemos uso de la duda metódica, y en segundo lugar porque a partir de ella podemos fundamentar todas las demás. Viene a ser el axioma básico a partir del cual desarrollar toda la filosofía como un sistema de conocimiento absolutamente fundamentado.

En relación con la famosa frase “pienso, luego existo” es necesario hacer las siguientes precisiones:

1. Aunque Descartes presenta este conocimiento en forma inferencial (“luego...”) no hay que creer que llega a esta verdad a partir de una argumentación o demostración. No llega de esta manera porque la duda metódica (particularmente la hipótesis del genio maligno) pone en cuestión precisamente el valor de la razón deductiva. Además, como nos dice el propio Descartes en su “Respuesta a las Segundas Objeciones” si esta proposición fuese la conclusión de algún silogismo, habríamos necesitado conocer previamente la mayor “todo lo que piensa es o existe” la cual se fundamenta precisamente en la observación de que uno mismo no puede pensar si no existe, puesto que las proposiciones generales las obtenemos del conocimiento de las particulares. El “cogito, ergo sum” es una intuición. El conjunto de reflexiones que propone Descartes antes de llegar al cogito sirven para preparar a nuestra mente y disponerla de tal modo que pueda percibir de forma inmediata y evidente dicha verdad. Podemos conseguir que alguien acepte la existencia o propiedades de un objeto físico sin demostrárselas, basta que le ayudemos a dirigir su mirada hacia dicho objeto (que le enseñemos a mirar); pues bien, lo mismo hace Descartes, nos enseña a mirar en una determinada dirección, dispone nuestro espíritu para que éste capte con evidencia dicha verdad.

2. Es preciso tener cuidado con la palabra “pienso” (y con la proposición “pienso, luego existo”) pues con ella nosotros ahora nos referimos a la vivencia gracias a la cual tenemos un conocimiento conceptual e intelectual de la realidad. Sin embargo, en Descartes tiene un significado más genérico y viene a ser sinónima de acto mental, o vivencia o estado mental o contenido psíquico. El propio Descartes nos dice que con la palabra “pensar” entiende “todo lo que se produce en nosotros de tal suerte que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por esto, no sólo entender, querer, imaginar sino también sentir es la misma cosa aquí que pensar”. El rasgo común a entender, querer, pensar, sentir, (y pensar en sentido estricto, pensar como razonar o conceptualizar) es el que de ellos cabe una percepción inmediata, o en nuestro lenguaje, que todas estas vivencias tienen el atributo de la consciencia, el ser consciente o poder serlo. Todo acto mental presenta la característica de ser indudable, ninguno de ellos puede ser falso, por lo que valdría tanto decir “recuerdo, luego existo”, “imagino, luego existo”, “deseo, luego existo”, “sufro, luego existo”, que “pienso luego existo”;

3. El descubrimiento cartesiano, el cogito, señala, simplemente, que la mente es un ámbito privilegiado para la verdad, pues de los estados mentales propios no cabe duda alguna cuando dirigimos nuestra mirada hacia ellos y los describimos únicamente en la medida en que se muestran a dicha mirada reflexiva. En términos actuales diríamos que las proposiciones que describen la propia vida psíquica son incorregibles, mientras que los que se refieren a la realidad exterior a la propia mente (incluidos los que se refieren a las mentes ajenas) son falibles o dudables: cuando vamos al dentista y le decimos que nos duele una muela el médico nos puede decir que es imposible puesto que no tenemos tal muela, y no nos llamaría la atención su corrección, pero parece absurdo que si simplemente le indicamos que sentimos dolor intente corregir nuestra descripción indicando que es imposible, que realmente no lo sentimos.

4. Como nota histórica se puede indicar que San Agustín: en “De libero arbitrio”, 2, 3, 7 ya anticipó esta primera verdad con su “si fallor, sum”, si me equivoco, existo; aunque en San Agustín este descubrimiento no tiene la importancia que tiene en la filosofía cartesiana.

El cogito se va a convertir en criterio de verdad: en la proposición “pienso, luego existo” no hay nada que asegure su verdad excepto que se ve con claridad que para pensar es necesario existir. Por eso podemos tomar como regla general que “las cosas que concebimos más claras y más distintamente son todas verdaderas”.




Criterio De Verdad (O De Evidencia)

Criterio que nos permite decidir la verdad de nuestras creencias: son verdaderas aquellas proposiciones evidentes, es decir, las proposiciones “claras y distintas”.

Llamamos criterio al requisito o requisitos que podemos utilizar para la valoración de algo; por ejemplo, podemos utilizar como criterio para la corrección de un examen que todos aquellos alumnos que lleguen al cuatro aprueban, y el resto suspenden. Cuando utilizamos un criterio las cosas que valoramos con él quedan divididas al menos en dos grupos: las que lo cumplen y las que no lo cumplen. Cabría pensar que también es posible utilizar un criterio para valorar la perfección de nuestros conocimientos en relación a su pretensión de verdad, en relación a la verdad que de ellos podemos esperar. Esto es precisamente lo que ocurre con la regla de evidencia. El cumplimiento de la regla de evidencia permite asegurar la certeza. Descartes obtiene el criterio de verdad a partir de la primera verdad descubierta con el ejercicio de la duda metódica. Lo que garantiza la verdad de la proposición “pienso, luego existo” es su claridad y distinción, por lo que podemos aceptar como “una regla general que todas las cosas que percibo muy clara y distintamente son verdaderas” (“Tercera Meditación”).
De todos modos este “criterio de verdad” no tiene total garantía hasta que no se demuestra la existencia de Dios y su bondad, y ello, básicamente, por la radicalidad de la duda metódica: la hipótesis del genio maligno pone en cuestión incluso la veracidad de aquello que parece mostrarse como más evidente (con claridad y distinción), por ejemplo que dos más tres sean realmente cinco, y llega a cuestionar la propia matemática, tanto las proposiciones matemáticas a las que se llega por deducción, como las verdades más simples a las que parece llegarse por intuición. Muchos lectores de las “Meditaciones metafísicas” han señalado que en este punto Descartes parece caer en un círculo vicioso: podemos llegar a la demostración de la existencia de Dios si vemos con “claridad y distinción” que cada uno de los pasos que seguimos en la argumentación es verdadero. Pero, a su vez, la claridad y distinción como criterio de verdad para conocimientos que no son los del cogito, sólo queda suficientemente justificada si Dios existe. El mismo Descartes intenta dar una respuesta a esta cuestión, pero no lo hace de un modo totalmente satisfactorio. En su respuesta indica que Dios se utiliza como garantía solamente de aquellas ciencias que aprehenden conclusiones y necesitan de la memoria. La veracidad divina garantiza que no me engaño al pensar que son verdaderas aquellas proposiciones que recuerdo haber percibido clara y distintamente. Algunos interpretes intentan resolver esta cuestión indicando que Descartes distinguió entre el simple acto de visión mental de la verdad de algo (la evidencia) y el conocer ese algo con ciencia perfecta. Podemos tener claridad y distinción de la verdad “los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos ángulos rectos”, pero no tenemos ciencia perfecta hasta que no hayamos demostrado que Dios existe y es bueno. En este sentido dice Descartes que un ateo puede conocer claramente que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos pero que “tal conocimiento, de su parte, no puede constituir verdadera ciencia” (“Respuesta a las Segundas Objeciones”).

Claridad

Junto con la distinción, uno de los rasgos principales de la evidencia. El conocimiento que tenemos de las cosas cuando están presentes, en persona, ante nuestra mente.

Como ejemplo de claridad y distinción, y de sus opuestos, oscuridad y confusión, cabe poner ejemplos tomados de la percepción. Cuando decimos “el gato está encima de la cama” mi conocimiento es “claro” si estoy viendo al gato encima de la cama; es “oscuro” si hago dicho juicio sin tener delante de mí a dicho gato. Si miro por la ventana al último árbol del jardín, las ramas que tiene se me presentan de forma “confusa”, ya que no soy capaz de ver con precisión cada una de ellas, las percibo mezcladas unas con otras, no veo con distinción los límites de cada una de ellas. Si bajo a la calle, me acerco al árbol y veo cada rama con cuidado, distinguiendo sus partes, los límites y distancias que les separan del resto, entonces tengo un conocimiento “distinto”.
El ejemplo anterior describe la claridad y la distinción en el caso de la percepción, pero lo peculiar del punto de vista cartesiano es que también cabe claridad y distinción respecto de conocimientos no perceptuales, de conocimientos intelectuales.

Fijémonos en las siguientes posibilidades en relación al conocimiento “pienso, luego existo”:

1. Le contamos al taxista que nos lleva a una charla sobre Descartes que toda la filosofía del autor se concentra en dicha frase; el taxista nos puede decir que es verdad, que esa frase, como todo el mundo sabe, es cierta.

2. Durante la charla, el conferenciante nos presenta paso a paso la duda metódica, y dispone nuestra mente de tal modo que nos obliga a dirigir la atención sobre nosotros mismos y nos enseña a vernos como sujetos que piensan.

3. A continuación pregunta a dos oyentes qué piensan; uno de ellos dice

a) “pienso en que estoy nervioso, por lo que prefiero que conteste otro”;

b) el segundo oyente dice “pienso que Descartes tiene razón puesto que para pensar es necesario existir”.


Respecto de la proposición “pienso, luego existo”, el taxista tiene un conocimiento “oscuro”, pues, simplemente, se limita a repetir sin evidencia alguna el tópico de la frase cartesiana; nosotros, que hemos reproducido en nuestra mente cada uno de los pasos de la duda metódica y que hemos conseguido que nuestra mente se perciba a sí misma en el propio ejercicio de la duda, tenemos un conocimiento “claro”; el primer oyente que responde a la pregunta “¿en qué piensa?” indicando que piensa que está nervioso confunde un acto de pensamiento con un acto emocional como es el estar nervioso, por lo que tiene un conocimiento confuso de sus propias vivencias; el segundo, que describe su vivencia con un concepto adecuado a lo que realmente vive (un pensamiento), tiene un conocimiento “distinto” de sus vivencias.
Descartes llama intuición a todo acto mental que capta una realidad con claridad y distinción. El error aparece cuando nuestra voluntad nos lleva a asentir a proposiciones que no se muestran con claridad ante nuestra mente. Si sólo aceptásemos como verdadero aquello que se presenta con claridad, nunca nos equivocaríamos. Las demostraciones geométricas tienen precisamente certidumbre porque se fundan sólo en la evidencia, en la claridad. Tenemos evidencia plena de las nociones comunes (verdades eternas que descansan en nuestras propia razón) y de las naturalezas simples: “de la nada no puede hacerse algo”, “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”, “el que piensa no puede dejar de ser o de existir mientras piensa”, ...

Distinción

Junto con la claridad, una de las notas de la evidencia.

Descartes llama “distinto” a todo conocimiento que reúne estas dos características:

  • es claro, es decir se refiere a una cosa presente ante el propio sujeto;

  • describe la cosa percibida con precisión, sin añadirle rasgos que le son ajenos.